Cuando el tiempo no se para.
Bajo un cielo gris que amaina.
Me preguntan por los viajes.
Y mi intención es sí.
Aunque me siento impotente ante el porvenir.
Con la finalidad de escapar, de que me sirve si la tormenta habita en mi.
Con el reloj desajustado entre un sí.
Y la espera de un café sin fin.
Días en los que me siento inútil, frágil, poco práctica y mareada de los mismos pensamientos.
Dónde una mano en calma en mi regazo calmaría el interior revuelto.
Se me hace duro respirar, con el pecho comprimido de un aire que no sale.
No sabe, y yo que solo sé inhalar e ir deprisa.
Por momentos todo un reto para mí misma.
Símbolos sin descifrar, el día contradictorio que habito.
Dónde la sencillez y la complejidad habitan en un mismo mito.
Vuelve a mi, corazón deshabitado, con sus grietas y arañazos.
Cuando el silencio me incomoda.
Allí donde habito por ahora.
Ruidos bastan para desestructurar el latido.
Que vuelva en mi sin refugiarme.
Que veo posible el amar sin romperse.
Como una construcción entre ambas partes, donde la mejor sintonía es la propia de un encuentro con variables.
Que se caigan los pétalos marchitos que hay afuera, regándose adentro nuevas maneras.
Que poeta tan ensimismada habita aquí.
Lluvia de palabras porque sí.
Cantos de sirenas que son siniestros para oír.
Cae la tarde, como un enjambre, sin saber cómo asumir, que lo descrito existe también en mi.
Todo un pensamiento febril;
El que alguien entienda lo que es esto sentir.