domingo, 17 de febrero de 2013

Como no quieras un cigarro no sé que más puedo darte.


Soy una sombra en medio del lugar, en cualquier esquina que el sol no quiera dar estaré. Perdida entre la muchedumbre, perdida entre mil pensamientos con aires de aturdimiento.
No sé.

Nada, lo que sé es nada. El caos predomina en mi inconsciencia, como una sombra que tiembla, que marea a todas aquellas neuronas que me quieran hacer despertar de este estado de aislamiento. Puedes empujarme, llamarme, gritarme y aún así no despertaré de este sueño que parece una pesadilla eterna donde el protagonista ha desaparecido. Las palabras se esfuman con cada calada y cada esbozo de positividad se consume como una cerilla, más rápido de lo que nadie pudiese imaginar.

Escribo, y todo lo que escribo permanece aislado en mi consciencia. Esto es mi consciencia, supongo que en algún lugar alguien estará paseando por las rutas interiores de mi mente. 
Despídete, pero no saludes; yo tampoco lo haría. No me tengas en cuenta, porque si lo intentas, lo finges, y si lo finges ya no importa.
Me pierdo y te me pierdes; el vino de fondo y una línea telefónica cortada es todo lo que tengo detrás. Se acaba el tiempo y con él mis ganas, se acaban las palabras para poder consolarme, se acaban las ganas de intentarlo y se acaba todo lo inacabable.
Como una sombra, una sombra vagabunda entre la gente, inhumano es mi sentimiento. Imbécil es mi consciencia e imbécil soy yo.
¿Yo? Tal vez la depresión que me acarrea tanta responsabilidad, tanta gente dependiente y tanto peso emocional. Tan sólo quiero gritar basta y volver a ser la sombra de una pluma, no quiero ser una sombra desfigurada, pero el tiempo es el ejecutor de mi liturgia.

¿Quién eres? No sé.
¿Qué haces aquí? No sé.
¿Qué sientes? No sé.