Llegan las esperas, los puntos de encuentro y una mirada pérdida a la que sorprender con el mechero encendiendo aquel cigarrillo, llegan los saludos y la plática inexperta típica.
Unos pasos después andando hacia el río donde posteriormente los sentimientos de uno se iban a disiparse entre gotas. Verde alrededor, baches que entorpecian a los coches y una música estilo rave que ponía ritmo a aquella conversación.
El tiempo se esparcía entre caladas, miradas confusas, tragos y demás incertidumbre. De pronto; adiós.
Se alejaban de aquél locus amoenus idílico desperdiciado y en un punto se separaron; apenas había oscurecido.
Tras una amena y solitaria cena mi cabeza se enredaba entre el cojín mientras se peleaba por seguir despierta. Cayó.
Abrió los ojos sin saber la hora y nada más incorporarse suena el móvil, aviso de que aún tocaba esperar. No muchos cigarros después llegó el toque; ya salía.
Entonces fueron alejándose hacía aquella significativa escalera, pero torcieron a la izquierda.
Allí lo único liado eran los porros, sin plata y sin más. El tema oportuno y evitado antes salió 'vaya, que sincero'. Y no mucho después otra vez se había agotado el tiempo entre tantos pero.
No había nada más que media calle, cogió el litro, se abrazaron sutilmente mientras intentaba disimular las cosas que se me pasaban por la cabeza. Adiós.
El día siguiente era ya entonces y allí se veía, en la terraza, mirando la noche y sin darse siquiera cuenta, al día. La canción comenzó a repetirse, aquella verdad estática e inamovible que siempre había estado y pretende seguir estando de la soledad. Todo se resumía en los pero que ladraban a cualquier remota posibilidad. No era ella, era el mundo.
En su burbuja de humo blanco y tragos amargos la podrían encontrar las próximas semanas; desaparecida.