domingo, 25 de noviembre de 2012

Esfúmate.

El peso de los sentimientos se acentúa con cada unos de los recuerdos, pero, al igual que un cigarrillo, remontándonos al inicio, todo fue luz ardiente, fuego, algo tan intenso que es  imposible de describir.
Poco a poco se fue consumiendo, mientras que el humo se esparcía por la ciudad de manera aleatoria visitando pulmones ajenos.
El papel se arrugaba, con un filtro que se interponía entre tu sustancia y yo, tan solo me dejaba saborear el extracto minoritario mientras notaba la intensidad de cada calada, cada beso...

Podía sentirte en mis pulmones, tu aire, tu esencia, cada sonrisa que me brindabas, pero... siempre hay un pero, y este llegó, el cartón, rígido como ella, como su postura, que te sostenía y te abrazaba para no dejarte escapar.
En un instante, sin darme cuenta el cigarrilló se consumió, quemándome los labios y dejándome un sabor amargo.
Se acabó.

Se había consumido nuestra historia; yo intenté pisar aquella colilla que eras ahora, sin mayor sustancia que un amargo recuerdo, pero no pude, te arrojé. Arrojé cada uno de nuestros recuerdos al olvido, incluso si no querían despedirse. Pero lo hice.

Tú permanecías ahí, junto a ella, unidos, una leve capa para mi indestructible. En el fondo me alegraba, no hubiese podido mantenerte en mi bolsillo, tarde o temprano hubieses desaparecido,mejor dicho, te hubiese hecho desaparecer; así que me alegro.



A menos que sea escrita.
No existe el cigarrillo infinito, tampoco una historia que derrote al paso del tiempo.